ILUSTRADO POR YARA THIRIAT @YARATHIRIAT

scrito por nuestra Lola invitada, Pamela Ospina @PamelaOspina

Yo no soy la mujer que quieres que sea. Empecemos por lo siguiente: ¿Qué demonios es ser “mujer”? ¿Ser delicada? ¿Tener una voz dulce? ¿Tener senos?

Si han estado atentos al mundo real, sabrán que definir el ser “mujer” desde cualquiera de estas características es inútil. Más inútil aún es definirse a uno mismo desde alguna de ellas. ¿Dije “uno mismo”? Quizá debía decir “una misma”. Quizá realmente no me importe.

Las distinciones de este tipo -me parece- le joden un poco la cabeza a todos, a los que son misóginos, a quienes promulgan el feminismo y a los despistados que solo no quieren caer en la trampa de “herir susceptibilidades”.

Qué difícil es expresarse hoy en día en temas de género. Además es durísimo ser cien por ciento consecuente con lo que se expresa. Así que, aquí van unos pensamientos sueltos que quizá me metan en problemas, pero que creo cargan algo de verdad:

Yo soy una persona que gusta de la música, el buen humor, la literatura, el cine, los cómics, el fútbol, la poesía, el sexo, las cartas de amor, los viajes… una gran variedad de cosas. Tanta es su variedad que estas cosas generalmente no se hallan en un mismo lugar, pero aquí, en mí, conviven toditas de una manera edificante y genuina. No soy un personaje de un seriado de televisión que debe tener unos comportamientos e ideales completamente delineados y predecibles para no confundir a la audiencia. Soy un conjunto de asuntos que coexisten, que pueden parecer contradecirse pero que no se anulan, y sin embargo, muchas veces caigo en la trampa de tener que justificarme.

Por ejemplo, amo la buena poesía, la magia de las palabras, el cómo una metáfora te puede romper el corazón y hacerte sentir feliz y vivo, todo a la vez. Amo una buena llorada al solitario, extrañando a quien he amado, sabiendo que el recuerdo de sus brazos extendidos hacia mí es, por encima de cualquier otra cosa, la imagen que me evoca su nombre, sin importar quién lo pronuncie, y eso está bien, puedo vivir con eso. Sin embargo, todas las mañanas, bien tempranito, hablo en un programa radial en el que estas cosas no tienen lugar. Hablamos de sexo y rock and roll y fútbol. Nos burlamos del día a día, y no finjo las ocurrencias que salen de mi boca, de chica ruda y sexual y decidida. ¡También soy eso!

Hay personas que no entienden quizá que uno pueda llevar dentro una pluralidad de asuntos tan aparentemente disímiles. Pero esa soy yo, por dentro y por fuera; no me da para quedarme quieta.

Todo esto me hace pensar en Édgar Alfredo Gómez Menicagli. Ese es el nombre verdadero de Marcelo Cezán. Yo tampoco lo sabía hasta este momento. Si no saben quién es Marcelo Cezán, no hay rollo. Lo que quiero expresar de él es sencillo. Recuerdo claramente un día en el que Marcelo Cezán salió en una telenovela, años después de que su canción “Nueve semanas y media” había llegado a la fama (ya se les va a pegar esa canción y solo se saben una partecita. Soy cruel, lo sé). Mi madre miró el televisor y dijo “Jm… a este ya le dio por actuar.” Es uno de los momentos más equis de mi historia y, sin embargo, lo recuerdo con frecuencia y nitidez porque creo firmemente que no porque desconozcamos la totalidad de los gustos, talentos o deseos de una persona debamos limitar sus alcances. Quizá Marcelo (o Édgar) siempre quiso actuar y cantar, y simplemente una cosa “estalló” antes que la otra. ¿Quién es mi mamá para decir que Marcelo no puede actuar? Déjelo. ¿Acaso es Jaider?

Lo mismo pienso a menudo para mí. Yo no soy “esa baterista a la que le dio por hacer comedia” ni “esa presentadora de televisión que ahora está en radio”. Yo soy Pamela. Hago radio, hago comedia, hago televisión, hago poesía, hago música, hago traducciones, estudié psicología. Escribo, colecciono cosas de Batman y monto en bicicleta. ¿Soy buena o mala en lo que hago? Supongo que puede gustarles o no gustarles, pero todo es una expresión de lo que llevo adentro, así que, al menos en ese sentido, no puede estar equivocado ni ser juzgado por otros. Hay algo, o muchos algos, que me habitan. Algunos de esos algos son para ser compartidos con el mundo, otros no. No voy a bailar breakdance en misa ni voy a declamar poesía en una presentación de comedia, pero podría.

Yo no soy la mujer que quieres que sea. No me arreglo las uñas, no me gusta lavar los trastes, digo groserías y los tacones me parecen una tortura. Soy imperfecta pero no por eso soy una “mala mujer”. Soy imperfecta porque hay cosas que querría hacer mejor o más o menos o de otro modo. Pero no me considero menos mujer que la que tiene 7 hijos, ni la que usa falda todos los días, ni la que tiene el pelo liso o rubio. No creo que el ser mujer o ser considerada buena realmente dependa de algo tan fácil como quedar en embarazo. ¿Entonces si una mujer quiere quedar en embarazo y no lo ha logrado, es menos mujer? ¿O si una chica por descuido queda en embarazo, es más mujer que yo? Si así fuera, créanme, igual metería el mismo esfuerzo en evitar que eso suceda. (Ser madre me parece complicadísimo, asustador y peligroso. A mí se me murió un cactus esta semana. Lo peor es que ni siquiera me deshice del cadáver hasta una semana después. “¿Estás bien, Spikey?”, le pregunté tres días seguidos y lo boté por el shut del edificio. Por cierto, estoy muy segura que eso me invalida para cuidar de sus hijos, amigos).

Les cuento todo esto porque creo que es hora de que nos demos cuenta de que, quien haya sido que creó esos estigmas y cánones, no solamente los creó generalizando terriblemente y sin pensar en las elecciones personales de las mujeres del mundo, ¡los creó hace años! Los creó cuando no existían los video juegos, ni los superhéroes, ni la ingeniería civil, ni la NASA, ni la batería doble pedal… los creó para mujeres diferentes a nosotras. Diferentes a ti. Y quizá sea hora de dejar de escucharlos.

> Escrito por nuestra Lola invitada, Pamela Ospina @PamelaOspina