ILUSTRACIÓN POR SOFÍA BERNAL @SOFIABERNALS

Escrito por Laura

Lo hicimos de noche, en la cama. Sin placer. Ojalá hubiera sido el amor, más bien fue su final. Siempre había creído que pedir un tiempo era de cobardes, en esencia, un eufemismo ante el miedo de acabarlo todo o el egoísmo de dejar ir, dejarse ir. Fue todo eso y luego, el adiós definitivo al amor de mi vida. De mi vida, porque siempre será el primero en mi pasado, pero entendí que en mi presente amar también era soltar, agradecer y dejar ir. Después de cuatro años y medio sé por convicción propia que el amor es una decisión, así como el sufrimiento, por eso, aunque a veces lloro y siempre lo extraño elijo vivir mi soltería y celebrar mi pasado con él. Esto es lo que he aprendido de este triángulo que siempre fuimos, él, mi lola interna y yo, terca y enamorada.

Éramos una pareja dispareja en perfecta armonía, nunca nos imaginamos pero juntos fuimos increíblemente felices. Lo acepto en medio de una sonrisa, sin intenciones de reproches, ni lamentos, más bien, segura de que era tanto el amor y tan maduro que logramos detenernos antes de hacernos el daño suficiente para olvidar lo bonito que fuimos. En la tranquilidad y la paciencia con la que elegimos amarnos nos pedimos un tiempo, por miedo a decirnos adiós y luego, después de haberlo pensado mil veces, con la almohada, las amigas, en la oficina, en la ducha, vino lo inevitable. Dolió pero a la vez fue sereno, agradecimos lo bonito y estamos intentando seguir siendo amigos. Discutible en muchos casos, a nosotros parece funcionarnos.

Lo importante de esta historia no es la forma en la que terminamos sino las razones que nos llevaron a hacerlo y lo que estoy descubriendo de mí sin él, lo que estoy sintiendo y lo que me ha ayudado a celebrarme, a mí y a mí soledad, que nada tiene que ver con aburrición.

No ha sido fácil, ni mucho menos, pero no ha sido la muerte, ni con él se fue mi felicidad. Esa está conmigo, con la conciencia de que por él quise ser mi mejor versión y lo fui. Entregarlo todo sin egoísmo, pero sin superar el límite del amor propio fue mi mantra. Confieso que busqué tests en internet, leí artículos sobre cuándo terminar, motivos para hacerlo o evitarlo, pero fue más bien cuando mi cabeza y mi corazón se alinearon cuando supe que era el momento.

El corazón, para entender que él podía ser feliz sin mí, que tal vez, en medio de su viaje (está en otro país) yo era un motivo para aferrarse y no vivir lo suficiente o de aburrición en el peor caso. La mente, porque entendí que también me estaba haciendo daño a mí, postergando un adiós. Porque el amor no es de lamentos, ni de quizás, tampoco de alagos. Cuando se ama, se hace con el alma, cuando es más bien costumbre o apego, es una lástima.

No me malinterpreten, uno termina extrañando las rutinas, los besos, abrazos, las singularidades de la relación, pero hacerse ilusiones con el pasado es un camino exitoso para un futuro sin futuro. Claro que asusta, todo, encontrar a alguien más o nunca encontrarlo, volver a estar solo, sentir chueco el autoestima, pensar que la decisión fue equivocada, pero no por miedo a buscar lo que merecemos, se debe uno conformar. Cuando la decisión está tomada y se hace a conciencia, no a la ligera, o en medio de la rabia, luego de haberlo intentado todo, absolutamente TODO, hay en medio del dolor un sentimiento de tranquilidad.

Tranquila, así me siento. Estoy volviendo a disfrutar de los viernes de película y crispetas pero esta vez sin él a mi lado. Una ventaja enorme es que nunca dejé a mis amigas, diría yo que es casi un mandamiento no hacerlo, novios y grupos sociales pueden relacionarse, pero nunca eliminarse. Así que en mis sábados, sobre todo los primeros siempre tuve un plan para cambiar las lágrimas por risas. Hay que mantener la mente lo más ocupada posible, pero nunca negarse esas confrontaciones internas.

Porque a la larga, el amor es una decisión y yo decidí amarme primero antes que a cualquier hombre. No me puedo dar besos, pero sí puedo hacerme el amor en el sentido literal. Consentirme, ponerme linda, ir recuperando la confianza interior para sanar de a poco, celebrarme, aburrirme, entender que no hay media naranja porque somos tremendas lolas, eso sí, aclaro que conseguir otra naranja es duplicar la felicidad.

Duele, pero nadie de amor ha muerto. Duele, pero fueron más los recuerdos bonitos, así que por él, por mí y por lo mucho que valió la pena, me aguanto las lágrimas y elijo seguir siendo feliz, sola, con mis amigos y en paz con él.

De lejos, valió la pena, pero en este punto de nuestras vidas, si estás leyendo estas líneas, te amo pero soy feliz sin ti. Así deberíamos serlo todos.