Qué pensaría mi yo de 80 años sobre mí
He estado imaginando qué pensaría mi yo de 80 años sobre mí. Si viera en este momento mi vida cómo va, con los mismos miedos y las preguntas, con mis rutinas y creencias de siempre… esa monotonía cómoda que nos acerca de a poquitos a una muerte en vida. ¿De qué se sentiría orgullosa y de qué se avergonzaría? ¿De cuántas historias se arrepentiría? ¿De qué se lamentaría por no haber hecho nunca? ¿Qué palabras tendría para mí?
El solo pensarlo me da pánico: ya puedo imaginar su mirada de amor decepcionado, como quien da por perdido algo que quiere pero no puede detener su curso natural.
Me da pavor pensar que si me viera desde el futuro, esta sería la historia que tengo por contarle, esto que habito y hago y pienso. ¿Tan poco?¿Esto?
Qué horror si viera la cantidad de posibilidades que hubo y con las pocas que decidí quedarme. Me dan ganas de cambiarlo todo: desaparecer los miedos que me han paralizado, los “no” que dije rotundamente y que me negaron grandes historias, las veces que me partí la cabeza intentando tomar la decisión correcta -como si eso existiese-, mis angustias inútiles por cosas que no valían la pena o por lo que nunca fue, los sueños frustrados solo porque nunca creí en ellos, la cantidad de pensamientos perdidos al día en tonterías como que no he logrado, no he hecho, no he alcanzado.
Qué horror horrorizarme por pensar que lo único valioso sería mostrarle una lista de metas cumplidas. Como si la vida fuera un checklist, como si fuéramos valiosos por la cantidad de cosas que logramos. Se avergonzaría porque olvidé que vivir es estar y ser, en presente. Que vivir es fluir y conectarme tanto conmigo que no hayan preguntas ni verdades por encontrar sino vida sin miedos, vida vivida.
Qué inútil. Cuánto tiempo perdido me reclamaría. Cuántas preocupaciones por no saber qué hacer sabiendo que tenía las respuestas. Cuántas cachetadas por dejar de sentirme ganadora solo por el hecho de no haber recibido el trofeo -sí, estoy segura que me daría un par de cachetadas pero con amor-. Cuántas agarradas de brazos para zarandearme y decirme: ¡escúchate! Siempre sabes qué es lo mejor para ti.
Me diría un “no jodás”, viendo cómo malgasto el tiempo pensando qué pensaría ella de mí antes que cambiar el curso de mi historia pensando qué haría hoy por mí. Estaría decepcionada de ver cómo me preocupo por las metas cumplidas y los “goals” de vida en vez de permitirme vivir el presente, ese regalo hermoso que dejé pasar por cumplir expectativas basadas en discursos de productividad y mérito y éxito: modas del siglo XXI.
Entonces, mientras escuchaba en mi imaginación qué me iba a decir mi yo de 80 años, me entró una urgencia terrible por soltar tantas cargas tontas que me había impuesto y de una vez por todas escucharme. Porque la que me estaba reprochando y dándome esas cachetadas cariñosas no era mi yo de vieja sino mi niña interior que ahora mismo la mantengo de cinta en boca para evitar que me confunda con sus “si puedes”, con sus “la vida es más que hacer: es ser”.
Me cogió un afán absurdo por desacerme de los presentes angustiosos por el futuro. Por ser y vivir esas historias que guardaba sin desenlace. Por escribir las palabras que se me atascan y quieren salir pero ando minimizando. Por creer en mis ideas y construirlas sin matarlas antes de que salgan de mi boca. Por ser mi dupla y coautora y no mi tribunal de jueces. Por permitirme sentir la vida antes de querer descifrarla.
Porque al final pesan más las horas perdidas preguntando y angustiándote y buscando respuestas inexistentes que el permitirse vivir plenamente sin cuestionar lo que naturalmente se es: ser.
Amé ❤
❤ qué felicidad