Fútbol femenino en Colombia

Ilustración por Ana Lucia Bañol

PORQUE ELLOS NO PUEDEN CON NOSOTRAS, ELLOS NO NOS SILENCIAN Y ELLOS, NI HOY NI NUNCA, GANARÁN EL PARTIDO.

LOLA SABIA

“Esta es la mujer que yo quiero para mí, no te descuides porque te voy a robar un beso”. Esas son las palabras con las que se acusa a Didier Luna, el ex técnico de la Selección femenina de fútbol sub-17, por decirlas a Carolina Rozo, fisioterapeuta para esta misma Selección, segùn sus denuncias.

Palabras que no solo abusan, invalidan y cohíben, sino que reiteran un hecho infinitamente frustrante: vivimos en una sociedad machista en la que el poder tapa las acciones condenables y en la que la fuerza pesa más que la justicia.

Hace apenas unas semanas se descubrieron varios escándalos de acoso y abusos dentro del universo del fútbol femenino en Colombia. Carolina Rozo, fisioterapeuta y Angie Cano, jugadora, fueron ambas las valientes voceras que denunciaron abusos por parte de figuras como Didier Luna, director técnico, o Sigfredo Alonso, preparador físico.

Las acusaciones contra Luna dicen que intentaba besar a jugadoras durante los entrenamientos, que les daba palmadas en la nalga como si fuera algo normal o que incluso amenazó a Rozo cuando le dijo que él quería que ella fuese su “amiga especial” y le dejó claro que si cedía, “podía llevarla a grandes cosas en el fútbol.”

Según la denuncia, después del rechazo por parte de Rozo, Didier Luna siguió con sus piropos e insinuaciones y cuando estas no fueron correspondidas, arremetió contra ella y su carrera, “tras yo negarme comenzó a sabotearme, a gritarme, a sobrecargarme de trabajo”

Sigfredo Alonso por su parte fue acusado de intentar entrar en la habitación de Angie Cano y abusar sexualmente de ella durante la participación del equipo en el pasado Suramericano. El padre de la jugadora secundó estas declaraciones, así como también afirmó que durante el tiempo que su hija estuvo por fuera ella le decía que no podía hablar ya que la vigilaban constantemente. Rozo reforzó estas declaraciones cuando desveló que a Angie Cano la ubicaron en una habitación comunicada con la del preparador físico y dijo “que menos mal que estaba con una compañera, ella me decía que Cano lloraba mucho y tenía mucho miedo. Decidimos ponerle una silla para trancar la puerta».

A estos abusos se le suman además los testimonios de Melissa Ortiz e Isabella Echeverri, jugadoras de la Selección absoluta, que hace poco publicaron un video en el que explican la precaria situación en las que se encuentran las jugadoras de fútbol femenino en Colombia. “Nos sentimos amenazadas, no nos pagan, ya no nos dan vuelos internacionales, los uniformes son viejos o usados, la Federación ha cortado jugadoras por salir a hablar…” Ejemplo de esto último, es el caso de Daniela Montoya a quien vetaron del equipo tras las declaraciones que dio a la prensa justo antes de los Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro.

Vivimos un momento condenable para el fútbol femenino colombiano, un momento confuso en el que el respeto, la justicia y la igualdad parecen haber desaparecido por completo. Como ha declarado Isabella Echeverri, jugadora a la que le intentaron vender su propia camiseta, “cada año es peor, la situación cada vez es más grave. Cuando llegué de los juegos Centroamericanos le escribí a Melissa, le dije que estaba lista para hablar y que ya no me aguantaba más la situación. Tuvimos la valentía y el coraje de hacerlo y vamos para adelante, afrontaremos todas las consecuencias”.

Vivimos en una sociedad que prefiere ignorar, que asume que todo es perdonable y que todo pasará. En la que no es de extrañar que aunque se denuncie, siga sin pasar nada. Porque así como Sigfredo Alonso fue rápidamente separado de su cargo, Didier Luna, hasta hace nada seguía insistiendo en su inocencia, inundando las redes con el hashtag #PorTuBuenNombreDidierLuna y negando los cargos tan fuertes de los que se le acusa.

Vivimos en una sociedad que al enfrentarse a críticas latentes y reales sigue teniendo respuestas como la del presidente de la Difútbol, tachándolo de “un afán desmedido de figuración y protagonismo inmerecido.” De un senador refiriéndose al fútbol femenino como un “caldo de cultivo para el lesbianismo”. O de una estrategia de marketing en la cual, la mujer llamada a llevar por primera vez la nueva camiseta de la Selección es una modelo y no una futbolista.

Vivimos en una sociedad que finge apoyarnos pidiéndole a diario a las mujeres que denuncien, pero cuando lo hacen el resultado es otro. Una sociedad en la que jugamos al peligroso juego de; si te duele te callas porque si hablas el castigo es peor. Y es que como consecuencia de todas estas denuncias y polémicas, el fútbol femenino en Colombia estuvo en entredicho hasta el 12 de marzo, fecha en la que después de muchas luchas y protestas se pudo asegurar por fin que la liga continuaría y no sería suspendida como amenazaban.

Vivimos en una sociedad que esconde una cara del fútbol femenino. Una cara en la que las jugadoras están invalidadas, desamparadas y sin protección alguna. Una realidad que no se juega entre 22 mujeres, una cancha y un balón, sino entre misoginia, tapaderos e impunidad.

En palabras de Isabel Echeverri: «ya sabemos que en un país como Colombia que es altamente machista, cuando la mujer sale a hablar algo que no es correcto para los ojos de nuestra cultura, van a haber consecuencias. Así que nosotras ya estamos muy bien con la idea de no volver a ser convocadas, si eso es lo que trae ser honestas y ser transparentes con lo que está pasando en el país».

¿A qué jugamos? A castigar por decir la verdad, a intentar callarnos sea cual sea el precio, o acaso es todo una estrategia para no perder ni un ápice de poder. ¿Qué le estamos enseñando a las niñas que están creciendo? ¿Qué nos enseñamos a nosotras mismos? Que el miedo debería paralizarnos, que hay que quedarse calladas ante lo malo, que hay que aguantar, que hay cosas que son así y punto.

Esto tiene que parar. Porque puede que el poder secreto del machismo y el abuso sea el miedo, pero es un miedo que cada vez vencemos más, un miedo que vamos a erradicar, un miedo que va a dejar de existir. Porque ellos no pueden con nosotras, ellos no nos silencian y ellos, ni hoy ni nunca, ganarán el partido.