Escrito por Alejandra Mar

Hace poco me di cuenta de que he gastado una buena parte de mi vida haciendo cosas para que alguien me vea. Sí, no para ser vista sino para ser encontrada. De forma inconsciente creía que debía hacer mi trabajo y quedarme esperando a que algún desconocido me encontrara, como si fuese un diamante en bruto que alguien eventualmente descubriría. Y que al hacerlo, llevaría mi carrera profesional y mi vida a otro nivel. He estado esperando el famoso “golpe de suerte”, deseando que hagan por mí y de mi vida lo que siempre he soñado. Una historia tipo Disney: el empresario héroe rescata a la princesa llena de talentos que nadie veía. Pobrecita.

Reconozco que está en mí ese discurso de creer que necesito a alguien que me salve. Esa expectativa de encontrar a un héroe, bien sea en forma de príncipe azul o de caza talentos, para darme el valor que espero tener, quitándome así la responsabilidad de hacerlo por mí misma.

También creo que es consecuencia de ser parte de una generación a la que nos hicieron creer que todos somos genios. Nos enseñaron que podemos lograr cualquier cosa que nos proponemos porque tenemos talentos únicos. Y nos llenaron de cumplidos, nos festejaron lo ordinario y nos dieron medallas solo por haber participado, aunque no hubiéramos ganado. Vivimos en carne propia cómo se siente haber logrado algo sin haber hecho nada: millones de genios y de egos hinchados sin razón ni mérito.

Y terminamos siendo, a final de cuentas, una generación frustrada. Creemos que el mundo nos debe demasiado, que no somos valorados. Somos como esos personajes que siempre están en primera fila para ver el show con cara de amargados y pinta extravagante, con ojo criticón y llenos de envidia, reparando los artistas y comentando pestes, cuando en realidad se sueñan estar en ese escenario. Hemos elegido ser fracasados. Estaba eligiendo el fracaso mientras seguía esperando que alguien me invitara a estar en la tarima solo por haber asistido al show. 

Hace poco -con poco me refiero a este año en época de cuarentena-, me di cuenta de que estaba sentada viendo mi vida pasar esperando a que algo sucediera. Cuando encuentre mi trabajo ideal, cuando mi marca estalle, cuando vean mis artículos y me inviten a escribir a… Mi vida dependía de esos “cuando…”. Y veía a las personas que admiro y creía que su éxito se debía a que alguien las había visto o a que tenían el equipo perfecto o conocían a las personas indicadas para llegar donde estaban ahora.

Ten la certeza de que para cumplir sueños no se necesita pasión ni inspiración sino que la pasión e inspiración te encuentran cuando te demuestras que eres tu propia héroe.

La verdad es que todas esas excusas son disonancias cognitivas, mentiras que crea la mente para hacerme sentir que lo que hago es correcto, que es cierto, que todo lo que hago está bien, que si fracaso es porque la vida es difícil y al final hay cosas que no dependen de mí. Que solo debo seguir esperando y tener un esfuerzo promedio, mediocre, hasta que algo suceda. Y esa espera lo único que estaba haciendo era estancarme y haciéndome posponer tomar responsabilidad sobre mi propia vida. 

Espero que este texto te encuentre a tiempo para recordarte que nadie va a llegar a hacer por ti lo que debes hacer por ti. Que nadie va a encontrarte, a salvarte, a hacer tus sueños realidad. Que no dependes de un golpe de suerte, de unos cuantos minutos de fama o de conocer a las personas correctas en el momento correcto. Los sueños se cumplen, creo y he aprendido, cuando coincide el trabajo incansable y terco, cuando se pivotea buscando corregir lo que antes hiciste mal, cuando recibes y te das crítica dura, honesta, sin rodeos. Ten la certeza de que para cumplir sueños no se necesita pasión ni inspiración sino que la pasión e inspiración te encuentran cuando te demuestras que eres tu propia héroe.

No te dejes para después.