Entre mis amigas, familiares, conocidas y no tan conocidas, encontramos un sinnúmero de miedos latentes; un listado de miedos que nos consumen en una relación amorosa (o sexual), que nos ahogan y nos liberan.
– Miedo a querer demasiado, a que haya tanto por dar que no dejemos nada para nosotras.
– A ser traicionadas y que de paso nos hieran en el orgullo que tanto ha costado mantener.
– A engañar a nuestra pareja y que además se de cuenta, como para rematar. Porque no es simplemente engañarla diciéndole que vamos a comprar las arepas y la leche para el desayuno pero nos mecatiamos la platica en chocolates y maricaditas, sino que es traicionar todo lo acordado en la relación desde un principio.
– A caerle mal a sus amigos, amigas, perros, gatas, etc.
– A sentirse obligada a fingir empatía con su familia y seres queridos. Porque nada más feo que la falsedad; para eso nos quedamos en la casa viendo Netflix y dándonos mejores vibras.
– A que te intoxique con su ‘buena sazón’ para cocinar.
– A que te intoxique con su mala energía porque también tiene todo ese background machista presionando para responder económicamente por todo y hacerse “el machito” en cada situación.
– A hacer cuentas de dinero juntos… vainas malucas y recalcular cuánto se te va en tampones y métodos de planificación, además del arriendo, la alimentación -incluido el mecatico-, y el transporte multiplicado por dos.
– A adquirir más compromiso como pareja. Y es que ahí ya te preguntas conscientemente para dónde más se puede extender eso y das vueltas, divagas y llegas a esa escalera de la vida (nacer, crecer, reproducirse, morir) tan precaria para explicar todo lo que puede caber en una vida.
– A la violencia en general (psicológica, emocional, económica, física) que se puede presentar en la relación, ya sea ejercida por la pareja o por una.
– A reevaluar tus creencias, supuestos, ideologías. A desmontarse de su cuento y empezar a escuchar a la otra persona.
– A cambiar demasiado y no reconocerte más porque te empeliculaste tanto, cediste tanto con lo que eras, creías o querías, que no sos sino un reflejo de algo que no te pertenece ni te representa.
– A no cambiar y seguir en el círculo vicioso de la autocompasión, la egolatría y la falta de introspección que nos envuelve a muchas. Quedándonos así en el mismos camino de insatisfacción.
– A sentirse obligada a fingir los orgásmos como en pleno siglo veinte, o época de la inquisición o época de muy baja tolerancia y reconocimiento de la satisfacción femenina en nuestro país.
– A darte cuenta que la persona con la que estás no es quien creías. Que simplemente te lo imaginaste todo queriendo vivir una realidad diferente a la que tenías enfrente, algo que no fue y que cuando te das cuenta te pega más fuerte que el vientico de La Rosa de Guadalupe, tumbándote las pestañas, las pecas y el corazón por ahí derecho.
– A la monotonía y el aburrimiento que genera la rutina. Sobretodo cuando encargamos a otros y otras de nuestra propia felicidad o satisfacción.
– A la falta de estabilidad en la relación, porque “amor con hambre no dura”.
– A un futuro juntos. Y es que no se trata de que sea próspero o no, se trata de que es tu futuro compartido por decisión propia, a que te comprometes con vos y con tu pareja; como echarse la soga al cuello esperando que la silla sea el piso.
– A perder el tiempo. El precioso, estimado y desperdiciado tiempo que malgastamos todos los días y extrañamos todas las noches. La famosa procrastinación pero en una relación, viendo como se te va la juventud a 50km/h.
– A que publique las fotos y videos privados o mejor dicho, el contenido erótico, sensual y pornoso de la relación plasmado en digital. Una falta de respeto guarrísima que es demandable.
– A meterle demasiado picante a las relaciones, hasta llegar al punto de quemarse.
– A que no entienda en qué consiste el consentimiento y la importancia que tiene en diversas situaciones, no solo en la cama sino en la toma de decisiones cotidianas en pareja.
– A que te deje por ‘feminazi’. Porque te pasas de intelectual (o intelectualoide) y le bajas a eso de apreciar la vida y la relación buscando el consenso.
– A darte cuenta que es un o una machista sin solución. No podes entender a tu pareja, identificarte con ella, ni compartir juntas sin pensar en cómo su machismo choca con tus muros. No podes cambiarla, es más, no deberías querer hacerlo porque entonces deja de ser esa persona que te gustó al principio; pero tampoco puedes seguir.
– A el sofoco. Esa falta de aire, de espacio propio físico y mental que necesitamos para reevaluarnos y descansar cada tanto.
– A los celos o los ralles internos que podes sentir como agresiones y que en algún momento pueden convertirse en situaciones más apremiantes cargadas de violencias.
– Al importaculismo y esa facilidad para desentenderse de las responsabilidades.
– A abrirte emocionalmente y quedarte abierta para que te vacíen sin reparo.
– A tener una relación con todo lo que puede exigir de vos y de la otra persona.
– A depender del otro o la otra emocional o económicamente y que además ni te importe porque no pensamos en las consecuencias futuras muy a menudo.
– Miedo al miedo. Como diría la escritora Amalia Andrade en alguno de sus libros más recientes. Porque el miedo se genera a sí mismo y evoluciona si lo dejas.
– A todo. A lo que pudo ser, lo que es, lo que será y lo que no fue ni será never in the life.
Lo importante realmente, o lo que sale a la luz para aliviar un poco las cargas adquiridas, es que en diversas ocasiones estos miedos no solo nos hacen una maraña de pensamientos y angustias sino que nos estrellan contra la vida dándonos el impulso para crecer. Cada uno llega como una oportunidad para liberarnos de nosotras mismas, de los estereotipos y mitos apropiados para seguir nuestro camino.
Tenemos la fuerza requerida para superar lo que se nos venga encima. Hay que apropiarsela y darla a conocer. El miedo conduce más rápido al error, nunca lo olviden.
Comentarios