Escrito por Mariana Peláez

No tan estimada culpa,

No creí que fuera tan relevante en mi vida hasta que llegaron esos días en los que traicioné las expectativas familiares y sociales. Usted me costó varios años de evaluar elecciones una y otra vez (hasta al terapeuta me llevó).

Me sorprende siempre su presencia como un malestar que avisa sobre la transgresión de alguna norma y que llena de preguntas sobre lo que realmente debería creer, hacer o decidir.

En mi caso ha sembrado vacíos entre el pecho y la espalda, ha encontrado cómplices en los reclamos familiares sobre mis decisiones y en los recuerdos de las enseñanzas de algún cura o monja que tuvo participación en mi educación.

He llegado a la conclusión que su tarea es regresarme a los comportamientos que se juzgan correctos y que encuentran sus fundamentos en las “virtudes de mujer”. Y aunque mi generación ha podido renunciar a la idea de que existe una superioridad moral en la castidad, la abnegación, la sumisión y la maternidad, de vez en cuando usted aparece bloqueando esta autonomía.

“Con esta carta la despido de mi vida, culpa."

He encontrado, a pesar de usted, tanta felicidad en mis decisiones que me permitiré prescindir de sus efectos. Ya no quiero paralizarme frente a los deseos, no quiero sentirme perseguida en mis elecciones y formas de vida. Le anuncio que no estaré dispuesta a sentir culpa por:

  • Decir lo que pienso.
  • Decidir sobre mi cuerpo.
  • Romper esquemas y estructuras.
  • Tenerme como prioridad.
  • Elegir la pareja que deseo.

Ya no estará autorizada para confundirme e inhibirme, en caso de querer hacerlo se encontrará con mis argumentos que ya no estarán mudos frente a usted. Reclamo, sin su presencia, la posibilidad de habitar nuevos roles y de blindarme ante su gran aliado el “qué dirán”.

He sabido por algunas lolitas que también las ha visitado cuando han renunciado a la maternidad, cuando han anulado el matrimonio de sus proyectos, cuando deciden amar de una manera diferente, cuando desean abrazar el placer, cuando anteponen su vida profesional o cuando deciden sobre su cuerpo.

Igualmente, quisiera comunicarle que no contará con mis palabras para validar en ellas sus efectos. Estoy dispuesta a acompañar a mis amigas, compañeras y conocidas en sus ideas, sentimientos y decisiones, no seré cómplice para que las habite la culpa.

Este despido es una oportunidad para abrir caminos, para que las palabas y comentarios que juzgan no sea más su herramienta para hacer que las lolitas nos desvaloricemos, autocastiguemos o descalifiquemos por no cumplir con el deber ser.

De este modo, estimada culpa, me despido de su control y le doy la bienvenida a la libertad que quiero vivir.

Sin temor,

La Lola Mariana.