Escrito por Alejandra Matallana

Amiga de mi corazón,

¿Te pasa que no logras imaginar la vida la una sin la otra? Yo no sé qué haría sin ti, sin tus palabras, sin tus consejos, las fiestas, las pijamadas, los chismes, las historias de amor (que btw tengo una que contarte que vas a amar).

Agradezco cada segundo a tu lado, cada memoria que al recordar es inevitable sonreír. Y no solo porque son recuerdos felices, también porque me siento infinitamente afortunada de tenerte en los momentos más difíciles, en la duda, en las tusas, en el dolor, en la inseguridad; afortunada de que me alientes a sentir todo, y me recuerdes que es de valientes hacerlo.

De hecho, de lo mucho que me has enseñado, lo que más me ha salvado ha sido entender, que dar la espalda a lo que me agobia no lo va a desaparecer. Como lo he entendido es que los miedos, las preocupaciones y nuestras luchas internas se alimentan de nuestra indiferencia. Y descubrí que algo de lo que más se alimentan es un comportamiento que nos enseñan desde muy chiquitos: subestimar lo que nos genera intranquilidad.

Sabes, cuando nos dicen “hay gente viviendo en la calle y tú sufriendo por eso”, o “llora cuando se muera tu mamá, no por estas cosas”…bueno, tantos casos que poco a poco nos llevan a interiorizar, que nuestros dolores no son justificados, no merecen atención, son insignificantes.

Y un día ves que de “bobada” en “bobada” no puedes más; no quieres más. Ni siquiera sabes a quién o cómo pedir ayuda, porque no logras reconocer qué te tiene mal -o simplemente no puedes aceptarlo, porque tienes muy firme esa creencia de que por “eso” no hay que preocuparse-.

Yo sé, que definitivamente hablo desde mi privilegio y mi comodidad. Pero te confieso a ti, que nunca me has juzgado, que ha habido cosas que me duelen y me persiguen, y que no he sido capaz de decirlas en voz alta porque me da pena, me da miedo que pasen por superficiales, o que parezca ingrata con la vida y lo que me ha dado.

Pero así como sé que hay problemas muy grandes en el mundo y, que he tomado acción para contribuir a un cambio positivo, también he aprendido a darme soporte a mí misma. He hecho el esfuerzo -porque la autocompasión no es fácil- de darle atención también a lo que sería el equivalente de esas dificultades en mi realidad, en mi pequeñísimo mundo interno.

¿Y sabes qué ha pasado con esto? Que entre más me atrevo a exteriorizarlo, más me doy cuenta de que nos pasa a todas y todos. Es muy curioso, además, que la mayoría de veces esa “confesión” viene acompañada con una explicación no pedida de por qué es relevante… y eso termina siendo, en realidad, una justificación para quien lo está diciendo, un intento por convencerse a sí mismo que sí tiene sentido y que sí es importante.

Esta carta es el ejemplo perfecto de una de esas excusas. Ahora que no te tengo cerca y, a pesar de que no hayamos sido las mejores amigas por siempre, que te conociera de solo unos años, de que no me haya enterado de tus momentos más difíciles, este mi esfuerzo por convencerme a mí, que puedo darme el permiso de sentir dolor con que ya no estés.

Y ahora voy a aprovechar que vuelvo a hablar contigo, para “confesarte” algunas cosas que duelen o han dolido, y sentirte dándome amor y apoyo.

“Duele el abandono, duele la soledad, duelen las amistades que cambian: duele tu partida."

Duele el abandono, duele la soledad, duelen las amistades que cambian y no reconozco más. Me ronda la idea de que hay algo mal en mí, porque nadie pasa tanto tiempo soltera. Me dan ganas de llorar cada vez que estoy con alguien que no amo… o sé que no me ama. Me avergüenzan las traiciones que yo he cometido con mis amigas, las borracheras que terminaron mal y las reacciones groseras con mis papás y mi hermana.

Me preocupa mi libertad financiera y no poder devolverle a mis papás todo lo que me han dado. Me da miedo no trabajar en lo que amo y a la vez tener que resignarme a algo que no me gusta porque “necesito” plata. Me cuestiono todavía si volver de España fue la salida fácil y si la psicología me tendría más cerca de lo que podría ser mi propósito.

Fuerzo conversaciones aunque se que no da para más, porque prefiero vivir de ideas y del potencial que aceptar que a veces estoy sola…aunque tenga claro que es un alivio ilusorio. Además busco constantemente soporte externo, porque yo misma no me he permitido reconocer todo lo que te he dicho y muchas otras cosas.

Uf, creo que podría seguir eternamente, y sumaría entonces, que me siento culpable de tener tantas quejas, miedos y preocupaciones, siendo consciente de todo lo hermoso que hay en mi existencia, todas las bendiciones, oportunidades y alegrías que he vivido.

Dicen que le tiempo lo cura todo. Pero entre más tiempo pasa, más me duele que no estés. Y me da tanto miedo olvidarte, que de vez en cuando cierro los ojos y repito una y otra vez los momentos más nítidos que tengo de nosotras en mi memoria. ¿Sabes qué es a lo que más me aferro? A tus “estás divina”, “qué orgullo”, “te amo, mi princess”. Porque eran genuinos, porque me recuerdan que es cierto, porque te creo, porque los necesito.

Quiero despedirme diciéndote que sigo haciendo grullitas de papel, porque me recuerdan que te prometí cumplir mis sueños y buscar mi paz sobre todas las cosas. Así que después de esto, y estando segura de que me lees, me escuchas y me acompañas, te digo que voy a seguir aprendiendo a mirar a los ojos a lo que me angustia. Voy a reconocerlo y voy a darle la atención que merece, porque hace parte de la vida, porque también me acerca a mi verdad, porque esa sombra también soy yo, y voy a aprender amarla.

Te amo y te extraño muchísimo,

Ale